El País
28/03/2010
Cecilia paseaba hace unos días al borde del río Covo cuando descubrió entre los coios redondos una piedra grande y afilada que se parecía a los útiles primitivos de sílex que había visto en alguna ocasión. La mujer, vecina de una urbanización que se llama como el río, en San Cibrao (Cervo), no lo dudó demasiado. Avisó enseguida a un miembro de MariñaPatrimonio, una agrupación cultural que nació para defender el castro da Atalaia, precisamente en la desembocadura del Covo, de una tropelía urbanística con licencia municipal. El colectivo localizó entonces entre los pelouros otras siete piezas de similares características e informó a la Xunta, que el lunes pasado mandó al lugar a un arqueólogo. Era cierto. Aquellas piedras habían sido talladas por una mano humana, o más bien homínida, y no eran ocho, sino 12. Una docena de utensilios pesados, poco manejables pero tan prácticos para sus dueños como una navaja suiza con motosierra, que podrían tener una antigüedad de entre 300.000 y 100.000 años.
28/03/2010
Cecilia paseaba hace unos días al borde del río Covo cuando descubrió entre los coios redondos una piedra grande y afilada que se parecía a los útiles primitivos de sílex que había visto en alguna ocasión. La mujer, vecina de una urbanización que se llama como el río, en San Cibrao (Cervo), no lo dudó demasiado. Avisó enseguida a un miembro de MariñaPatrimonio, una agrupación cultural que nació para defender el castro da Atalaia, precisamente en la desembocadura del Covo, de una tropelía urbanística con licencia municipal. El colectivo localizó entonces entre los pelouros otras siete piezas de similares características e informó a la Xunta, que el lunes pasado mandó al lugar a un arqueólogo. Era cierto. Aquellas piedras habían sido talladas por una mano humana, o más bien homínida, y no eran ocho, sino 12. Una docena de utensilios pesados, poco manejables pero tan prácticos para sus dueños como una navaja suiza con motosierra, que podrían tener una antigüedad de entre 300.000 y 100.000 años.
Ferramentas paleolíticas atopadas no río Covo (San Cibrao)
Las dudas, a partir de ahora, se irán despejando en el museo de Prehistoria e Arqueoloxía de Vilalba, donde el jueves quedaron depositados estos aperos primitivos para su custodia e investigación. "Tenemos 12 piedras y un montón de incógnitas", reconoce el director del museo, Eduardo Ramil. Los utensilios, raederas, hendedores y bifaces, se encontraron en una de las llamadas terrazas fluviales de Cervo, terrenos llanos abundantes en cantos rodados y tierra muy fértil gracias a los sedimentos de los ríos que a lo largo de miles de años han modificado sus cauces por el valle dejando al aire campos de cultivo.
"Los vecinos, para poder trabajarlas, fueron apartando a un lado los cantos", explica Manuel Miranda, integrante de MariñaPatrimonio. En uno de esos montones aparecieron los útiles paleolíticos. Pero ahora, según Ramil, habrá que intentar saber si siempre estuvieron ahí (porque en ese lugar tan lleno de piedras encontraban la materia prima para sus armas y allí mismo la tallaban) o si llegaron arrastrados por la corriente, en un período de la historia en el que se produjeron cambios radicales en el paisaje.
Lo que parece que está claro es que el ser que talló esas piedras era el Homo heidelbergensis, probable sucesor del Homo antecessor y tataratatarabuelo del neandertal. Un homínido de cara todavía muy simiesca, pero alto (1,75-1,80 metros de estatura) y robusto (unos 100 kilos, los machos adultos). Con un cerebro de capacidad semejante al del hombre actual, dientes pequeños, nariz chata con grandes orificios y nada de mentón. E inteligencia y pericia suficiente para encender una fogata, para comunicarse con la voz, para sentir vínculos familiares, apiadarse del prójimo e inventar formas de hacer música recurriendo a instrumentos como las estalactitas. No vivían más allá de 40 años, y a esta edad llegaban, ya desdentados, gracias a la solidaridad de los jóvenes, que luego les daban, a su manera, sepultura.
En Atapuerca aparecieron más huesos de heidelbergensis que en ningún otro lugar del mundo. Sin embargo, el primero de los restos de este homínido, una mandíbula inferior, lo descubrió un trabajador de una mina de Mauer, en Heidelberg (Alemania), en 1908.
Ramil explica que se dedicaban "a recolectar, a cazar y a alimentarse de la carroña". Se movían huyendo del frío, y buscando manadas de animales, agua y piedras con las que fabricar sus utensilios, aunque también llegaron a tallar madera y hueso. Si tenían lo que necesitaban, no cambiaban el lugar en el que estaban asentados, y muchas veces recurrían a la "caza de despiste". Veían un animal grande y enfermo y lo seguían hasta que moría. Entonces lo abrían y despedazaban con sus bifaces, unas piedras grandes, afiladas por las dos caras, de forma simétrica, que tenían que agarrar con las dos manos. "El peso de la piedra ayudaba a cortar tanto como la punta", y la herramienta multiusos valía lo mismo para cortar la carne que para partir un tronco de carballo, que ya los había entonces en Galicia. Sin embargo, entre los árboles, además de osos y ciervos grandes se movían los rinocerontes y los elefantes. Con sus piedras talladas aquellos hombres primitivos "sacaban los huesos" gigantes y "se comían la médula", el mejor de los manjares.
"Los vecinos, para poder trabajarlas, fueron apartando a un lado los cantos", explica Manuel Miranda, integrante de MariñaPatrimonio. En uno de esos montones aparecieron los útiles paleolíticos. Pero ahora, según Ramil, habrá que intentar saber si siempre estuvieron ahí (porque en ese lugar tan lleno de piedras encontraban la materia prima para sus armas y allí mismo la tallaban) o si llegaron arrastrados por la corriente, en un período de la historia en el que se produjeron cambios radicales en el paisaje.
Lo que parece que está claro es que el ser que talló esas piedras era el Homo heidelbergensis, probable sucesor del Homo antecessor y tataratatarabuelo del neandertal. Un homínido de cara todavía muy simiesca, pero alto (1,75-1,80 metros de estatura) y robusto (unos 100 kilos, los machos adultos). Con un cerebro de capacidad semejante al del hombre actual, dientes pequeños, nariz chata con grandes orificios y nada de mentón. E inteligencia y pericia suficiente para encender una fogata, para comunicarse con la voz, para sentir vínculos familiares, apiadarse del prójimo e inventar formas de hacer música recurriendo a instrumentos como las estalactitas. No vivían más allá de 40 años, y a esta edad llegaban, ya desdentados, gracias a la solidaridad de los jóvenes, que luego les daban, a su manera, sepultura.
En Atapuerca aparecieron más huesos de heidelbergensis que en ningún otro lugar del mundo. Sin embargo, el primero de los restos de este homínido, una mandíbula inferior, lo descubrió un trabajador de una mina de Mauer, en Heidelberg (Alemania), en 1908.
Ramil explica que se dedicaban "a recolectar, a cazar y a alimentarse de la carroña". Se movían huyendo del frío, y buscando manadas de animales, agua y piedras con las que fabricar sus utensilios, aunque también llegaron a tallar madera y hueso. Si tenían lo que necesitaban, no cambiaban el lugar en el que estaban asentados, y muchas veces recurrían a la "caza de despiste". Veían un animal grande y enfermo y lo seguían hasta que moría. Entonces lo abrían y despedazaban con sus bifaces, unas piedras grandes, afiladas por las dos caras, de forma simétrica, que tenían que agarrar con las dos manos. "El peso de la piedra ayudaba a cortar tanto como la punta", y la herramienta multiusos valía lo mismo para cortar la carne que para partir un tronco de carballo, que ya los había entonces en Galicia. Sin embargo, entre los árboles, además de osos y ciervos grandes se movían los rinocerontes y los elefantes. Con sus piedras talladas aquellos hombres primitivos "sacaban los huesos" gigantes y "se comían la médula", el mejor de los manjares.
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