La Voz de Galicia
24/03/09
Edición Ferrol
El museo etnográfico del colegio pontés recibe un millar de visitantes al año
Más de dos millares de piezas convierten los pasillos del colegio pontés Monte Caxado en una máquina del tiempo que transporta a diario a los alumnos a tiempos ya olvidados. Telares, aperos de labranza, útiles domésticos, escolares y de viaje utilizados en la emigración forman parte del museo etnográfico que el centro empezó a componer hace casi un cuarto de siglo y que fue inaugurada oficialmente en 1987.
Desde un libro religioso, datado en el año 1665, la pieza más antigua de la muestra, hasta la matrícula de un carro de Xermade -obligatoria durante la dictadura franquista para estos vehículos y las bicicletas- actualmente forman parte de ella 2.125 piezas aportadas por los propios alumnos y sus familias. Y todas ellas se reparten entre los corredores de la planta baja y la primera del centro escolar. La iniciativa empezó a tomar forma en el curso 1985/1986 de la mano del profesor José María López Ferro. Casi veinticinco años después, continúa impartiendo clases en el centro pontés y recordando cómo se gestó el proyecto. «Era unha época na que ou se recollían as pezas ou se acababa todo coa chegada da industrialización. Así que invitamos aos alumnos a que trouxeran cousas da casa e non só eles e as súas familias, senón os mestres e os veciños aportaron o que tiñan», explicó.
Así, hoy se puede ver una bacía de piedra de una sola pieza, con la que se puede explicar a quienes ya no lo pueden ver que era el lugar donde se ponía a salar la carne de los cerdos durante 21 días, cubierta con una gruesa capa de sal. También un alargador de agujas de calcetar, con el que poder fijarlas en el delantal, o un valioso telar hecho a machado con el que se tejían prendas como las que se muestran en la propia exposición.
24/03/09
Edición Ferrol
El museo etnográfico del colegio pontés recibe un millar de visitantes al año
Más de dos millares de piezas convierten los pasillos del colegio pontés Monte Caxado en una máquina del tiempo que transporta a diario a los alumnos a tiempos ya olvidados. Telares, aperos de labranza, útiles domésticos, escolares y de viaje utilizados en la emigración forman parte del museo etnográfico que el centro empezó a componer hace casi un cuarto de siglo y que fue inaugurada oficialmente en 1987.
Desde un libro religioso, datado en el año 1665, la pieza más antigua de la muestra, hasta la matrícula de un carro de Xermade -obligatoria durante la dictadura franquista para estos vehículos y las bicicletas- actualmente forman parte de ella 2.125 piezas aportadas por los propios alumnos y sus familias. Y todas ellas se reparten entre los corredores de la planta baja y la primera del centro escolar. La iniciativa empezó a tomar forma en el curso 1985/1986 de la mano del profesor José María López Ferro. Casi veinticinco años después, continúa impartiendo clases en el centro pontés y recordando cómo se gestó el proyecto. «Era unha época na que ou se recollían as pezas ou se acababa todo coa chegada da industrialización. Así que invitamos aos alumnos a que trouxeran cousas da casa e non só eles e as súas familias, senón os mestres e os veciños aportaron o que tiñan», explicó.
Así, hoy se puede ver una bacía de piedra de una sola pieza, con la que se puede explicar a quienes ya no lo pueden ver que era el lugar donde se ponía a salar la carne de los cerdos durante 21 días, cubierta con una gruesa capa de sal. También un alargador de agujas de calcetar, con el que poder fijarlas en el delantal, o un valioso telar hecho a machado con el que se tejían prendas como las que se muestran en la propia exposición.
Historia viva
«A historia e a cultura non se aprenden so nos libros», explica Fina Fernández en el libro publicado sobre la muestra. Ella y, sobre todo, López Ferro, permiten que la exposición siga creciendo día tras día. Piezas donadas siguen llegando al centro. Una vez allí, el profesor se encarga de su restauración y limpieza. También de su identificación, catalogación y colocación en el sitio más adecuado, con su correspondiente cartel identificativo con el nombre del aparejo en cuestión, el del donante, el lugar de donde procede y su utilidad. La idea proviene de otro museo etnográfico, el que existe en A Capela, y del que provenía López Ferro. «O éxito é deles, porque este é un fillo do da Capela», declaró el profesor.
«A historia e a cultura non se aprenden so nos libros», explica Fina Fernández en el libro publicado sobre la muestra. Ella y, sobre todo, López Ferro, permiten que la exposición siga creciendo día tras día. Piezas donadas siguen llegando al centro. Una vez allí, el profesor se encarga de su restauración y limpieza. También de su identificación, catalogación y colocación en el sitio más adecuado, con su correspondiente cartel identificativo con el nombre del aparejo en cuestión, el del donante, el lugar de donde procede y su utilidad. La idea proviene de otro museo etnográfico, el que existe en A Capela, y del que provenía López Ferro. «O éxito é deles, porque este é un fillo do da Capela», declaró el profesor.
Y no conforme con lo conseguido, desde hace unos siete años se dispone también de un archivo fotográfico con más de 1.300 instantáneas procedentes de los álbumes familiares de la zona. Ahora residen en los que se guardan en las vitrinas del CPI Monte Caxado y con las que el centro realiza exposiciones anuales. La colección ya ha dado su primer volumen y ahora va camino del segundo.
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