09/08/2009

El gps del hombre de las cavernas

El Periódico de Aragón
9/08/2009
Roberto Miranda

Primero encontraron una lámpara prehistórica, una piedra en forma de cazoleta cóncava para poner en ella grasa de ciervo e iluminar la cueva. El grupo de arqueólogos de la Universidad de Zaragoza que en el año 1993 excavaba en la cueva de Abauntz (Navarra), con botas de pocero bajo una verdadera lluvia de goteras, la extrajeron de aquel barrizal, la catalogaron y la llevaron al laboratorio. Una vez lavada la piedra, descubrieron que en un lateral tenía grabados a buril un caballo, un macho cabrío y cinco cabras con las cabezas vueltas hacia una serie de signos semicirculares. Realizadas las pruebas de datación concluyeron que el dibujo fue realizado hace unos 13.660 años.

La profesora Pilar Utrilla relata que entonces decidieron, el último día de la excavación cuando ya no había dinero para seguir, extraer todo el suelo de la cueva al nivel de lo excavado en ese año. Era un pavimento de decenas de piedras. "Pesaban más de un kilo cada una y nos costó mucho bajarlas en cajones. A Carlos Marzo le dio un tirón, y él que tiraba con arco y hasta tenía premios, ya no ha vuelto a tirar". Dejaron el suelo de la cueva dibujado y numerado. Cada piedra tenía sus coordenadas, nombre y posición.

Al quitar el tablón en el que se apoyaban para trabajar, extrajeron las últimas losas que había debajo. Una de ellas, que había estado todo el tiempo oculta bajo las rodillas de los trabajadores, sería la que revelaría varios años más tarde el mapa que ahora se ha publicado en la revista Journal of Human Evolution.


Rayas en las piedras
Cuando, tras el descanso de agosto de 1993 los arqueólogos volvieron a la facultad y lavaron las piedras extraídas en julio destacaron las tres que tenían incisiones grabadas, calcaron los trazos de animales que había en ellas y los publicaron en 1996.

"No nos dimos cuenta entonces de las rayas hasta que en el Congreso Mundial de Arqueología del 2001 que se hizo en Lieja, empezamos a ver que eso que habían dibujado entre los animales no solo era un paisaje en el que había ríos y montañas, sino que era un mapa", señala Pilar Utrilla.

No solo estaba plasmado a la perfección el perfil del entorno frente a la cueva, el peñasco de San Gregorio, una montaña que es muy perpendicular por la izquierda y cae en suave pendiente por la derecha, y está marcada la cueva del Magdaleniense que hay en ese peñasco, y unos escalones marcados para acceder a ella y los charcos de agua que se crean en la zona llana. Además, en la piedra figuran seis o siete signos en espiral que marcan "algo que para ellos era significativo, quizá fuentes, huevos de pájaros, o lugares donde había sílex o donde coger setas". Tuvo que servir de recordatorio para gente que iba y venía de la vertiente norte del Pirineo, de la zona de Aquitania.

Pilar Utrilla descarta que esa piedra pudiera ser un documento de propiedad portátil de algún grupo nómada sobre ese lugar: "Es un poco difícil --dice--, primero, porque la piedra la dejan allí. Además, la piedra pesa lo suyo para ser llevada de aquí para allá. Creo que la dejan allí para que cuando vuelva, ellos u otros, sepan dónde están los recursos o han escondido tal o cual cosa , como el mapa del tesoro".

La profesora admite que pudiera ser un divertimento artístico: "Estamos a finales del Magdaleniense, cuando el arte parietal rupestre cae en desuso y es sustituido por los santuarios mobiliares, como se da en el caso de Istúriz donde se encuentran 180 esculturas y placas con animales".

Pero con paisajes sólo se conocen dos, halladas en la República Checa, en Moravia, sobre hueso, que son del Gravetiense, del 25.000, donde "se representa también el paisaje real, pero más idealizado. Parece que representan las puertas que controlan la entrada del Danubio por los Cárpatos".

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