02/02/2010
Oviedo
(1ª parte)
«A Conseyería de Cultura amañóu a casa del cura y el Museo de Grandas empeza a ter algo de xeito, aunque lle falte muito pa ser como os museos vivos de calquer país de Europa». Así, en ese astur-gallego que se habla en el occidente asturiano expresaba, en 1989, Pepe el Ferreiro lo que sería su obsesión como creador y dinamizador del Museo Etnográfico de Grandas de Salime: Conseguir poner en marcha un museo vivo.
Cuando José Naveiras inició en los años setenta la aventura de recuperar y reunir útiles y aperos de la vida tradicional de su comarca, lo hizo no por el mero hecho de coleccionar una serie de materiales en vías de desaparición, sino con una idea que tenía mucho que ver con su recuperación y restauración, y con la posibilidad de estudiar la manera de construirlos y aprender a utilizarlos. Salvar del olvido definitivo por medio de su uso los muchos materiales utilizados en el aprovechamiento de los recursos naturales era la antorcha que guió durante todos estos años la idea de museo que el Ferreiro siempre tuvo en la cabeza.
No era una idea descabellada, pues hace años que viene funcionando en países europeos que han sabido desarrollar instalaciones museísticas que dan cabida a los distintos oficios tradicionales y llegan incluso a integrar en sus espacios al aire libre la actividad del campo. Son lo que se conoce por museos vivos, «que reproducen a la vista del público los procesos artesanales y las labores agrícolas, llegando en ocasiones a comercializar productos elaborados en las propias instalaciones de la exposición».
Ese era el museo que Pepe el Ferreiro siempre quiso tener. Y lo logró en parte gracias a su tenacidad e inteligencia. Durante casi cuarenta años buscó lo que sus antiguos propietarios llamaron trastos viejos, los recuperó, restauró y les devolvió la vida. En el Museo de Grandas se dieron cursos de telar y se ofreció al visitante el trabajo directo de «galocheiros», «torneiros» y «ferreiros», entre otros oficios. Allí, Benigno Naveiras (su padre) atendió la fragua; María de Fonteta recuperó el hilado manual con fuso y rueca e hizo manteca y escarpines con cinco agujas; Remedis de Paradela se encargó del telar en el que realizó docenas de colchas de distintas modalidades. Tino de Fonteta tejió cestos y Manuel de Barcia aportó la harina con la que en el museo se coció en más de una ocasión el pan.
Pero esto fue sólo el principio. Allí también se hizo vino, orujo, se realizó el amagüesto, se cultivaron las huertas, se hizo la «mallega», es decir, se separó la paja del grano de la forma más tradicional, se preparó la matanza del cerdo y se atendió la apicultura. Todas estas actividades fueron incrementándose con la representación de otros oficios en sus propias dependencias. Es espléndido el taller del zapatero, la escuela, la sastrería, la barbería, la tienda, el bar... todo un catálogo representativo de las distintas actividades necesarias para la economía de subsistencia que primaba en la sociedad rural.
El Museo Etnográfico de Grandas de Salime inició su existencia en 1984 instalándose en los bajos del Ayuntamiento, que pronto quedaron pequeños para los muchos aperos que el Ferreiro fue reuniendo. El traslado para la actual ubicación, la antigua casa rectoral, se consiguió en 1989, tras restaurar el edificio que se encontraba en un estado lamentable. Con algunas modificaciones, la casa se convirtió en el núcleo perfecto para lo que habría de ir creciendo con los años. A sus viejos muros se incorporaron nuevos materiales como el dintel del portón de entrada al corral y el arco de medio punto del cabanón, que fueron sacados de la villa de Salime, sumergida bajo el embalse desde 1953.
La rectoral responde plenamente a los criterios de la arquitectura popular. Cuenta con una lareira, donde en su momento se realizaban la mayoría de las actividades domésticas. Tiene tres partes bien delimitadas: zaguán, lareira y forno, que en el museo están bien representadas con todos los utensilios habituales. Otro lugar privilegiado de la casa es la sala de la industria textil, donde se exponen todos los útiles empleados en las distintas fases de preparación y elaboración del lino y la lana, con el que hilaban manualmente todas las mujeres de la zona. También hay tornos de filar, inventados en la Edad Media, con los que se hilaba más rápido pero que nunca se generalizaron en el campo asturiano.
La escuela está extraordinariamente bien representada en el museo por un aula escolar completa procedente de Pesoz. En ella los viejos pupitres, mapas y pizarras, fotografías de los alumnos y materiales de escritura dan vida a un pasado lejano. Recorrer el Museo de Grandas es retrocede al menos un siglo en el tiempo. Así se aprecia al penetrar en la sala, una estancia destinada solo a comidas de días de fiesta y a ceremonias de carácter social.
Cuando José Naveiras inició en los años setenta la aventura de recuperar y reunir útiles y aperos de la vida tradicional de su comarca, lo hizo no por el mero hecho de coleccionar una serie de materiales en vías de desaparición, sino con una idea que tenía mucho que ver con su recuperación y restauración, y con la posibilidad de estudiar la manera de construirlos y aprender a utilizarlos. Salvar del olvido definitivo por medio de su uso los muchos materiales utilizados en el aprovechamiento de los recursos naturales era la antorcha que guió durante todos estos años la idea de museo que el Ferreiro siempre tuvo en la cabeza.
No era una idea descabellada, pues hace años que viene funcionando en países europeos que han sabido desarrollar instalaciones museísticas que dan cabida a los distintos oficios tradicionales y llegan incluso a integrar en sus espacios al aire libre la actividad del campo. Son lo que se conoce por museos vivos, «que reproducen a la vista del público los procesos artesanales y las labores agrícolas, llegando en ocasiones a comercializar productos elaborados en las propias instalaciones de la exposición».
Ese era el museo que Pepe el Ferreiro siempre quiso tener. Y lo logró en parte gracias a su tenacidad e inteligencia. Durante casi cuarenta años buscó lo que sus antiguos propietarios llamaron trastos viejos, los recuperó, restauró y les devolvió la vida. En el Museo de Grandas se dieron cursos de telar y se ofreció al visitante el trabajo directo de «galocheiros», «torneiros» y «ferreiros», entre otros oficios. Allí, Benigno Naveiras (su padre) atendió la fragua; María de Fonteta recuperó el hilado manual con fuso y rueca e hizo manteca y escarpines con cinco agujas; Remedis de Paradela se encargó del telar en el que realizó docenas de colchas de distintas modalidades. Tino de Fonteta tejió cestos y Manuel de Barcia aportó la harina con la que en el museo se coció en más de una ocasión el pan.
Pero esto fue sólo el principio. Allí también se hizo vino, orujo, se realizó el amagüesto, se cultivaron las huertas, se hizo la «mallega», es decir, se separó la paja del grano de la forma más tradicional, se preparó la matanza del cerdo y se atendió la apicultura. Todas estas actividades fueron incrementándose con la representación de otros oficios en sus propias dependencias. Es espléndido el taller del zapatero, la escuela, la sastrería, la barbería, la tienda, el bar... todo un catálogo representativo de las distintas actividades necesarias para la economía de subsistencia que primaba en la sociedad rural.
El Museo Etnográfico de Grandas de Salime inició su existencia en 1984 instalándose en los bajos del Ayuntamiento, que pronto quedaron pequeños para los muchos aperos que el Ferreiro fue reuniendo. El traslado para la actual ubicación, la antigua casa rectoral, se consiguió en 1989, tras restaurar el edificio que se encontraba en un estado lamentable. Con algunas modificaciones, la casa se convirtió en el núcleo perfecto para lo que habría de ir creciendo con los años. A sus viejos muros se incorporaron nuevos materiales como el dintel del portón de entrada al corral y el arco de medio punto del cabanón, que fueron sacados de la villa de Salime, sumergida bajo el embalse desde 1953.
La rectoral responde plenamente a los criterios de la arquitectura popular. Cuenta con una lareira, donde en su momento se realizaban la mayoría de las actividades domésticas. Tiene tres partes bien delimitadas: zaguán, lareira y forno, que en el museo están bien representadas con todos los utensilios habituales. Otro lugar privilegiado de la casa es la sala de la industria textil, donde se exponen todos los útiles empleados en las distintas fases de preparación y elaboración del lino y la lana, con el que hilaban manualmente todas las mujeres de la zona. También hay tornos de filar, inventados en la Edad Media, con los que se hilaba más rápido pero que nunca se generalizaron en el campo asturiano.
La escuela está extraordinariamente bien representada en el museo por un aula escolar completa procedente de Pesoz. En ella los viejos pupitres, mapas y pizarras, fotografías de los alumnos y materiales de escritura dan vida a un pasado lejano. Recorrer el Museo de Grandas es retrocede al menos un siglo en el tiempo. Así se aprecia al penetrar en la sala, una estancia destinada solo a comidas de días de fiesta y a ceremonias de carácter social.
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